De interés

PULSANDO LA TECLA CONTROL CON LAS DE + O - PUEDE VARIAR A SU GUSTO EL TAMAÑO DE LA PÁGINA EN SU MONITOR.

viernes, 31 de enero de 2014

AÑORANZAS… de las colonias judías de Entre Ríos.



Parte primera.
Elena o Ethel en la actualidad

Por Elena Moguilevsky

Elena Moguilevsky de Jaján, Ethel como las conocemos en Gualeguay, nació en Colonia Nº 26, Basavilbaso, Entre Ríos, un 28 de marzo de 1927.Es la novena hija de Rosa Zentner y Samuel Moguilevsky.
Reside en Gualeguay desde el 25 de enero de 1947, cuando se casó con Arón Jaján.
Nunca escribió otra cosa que no sean cartas, actividad que siempre hizo con sumo placer.
Hizo teatro vocacional en el pueblo donde nació y creció. Su sueño fue ser actriz y cantante, en cambio, ha sido y es esposa, madre de tres hijos que le dieron nueve nietos y estos a su vez le regalaron cinco bisnietos.
Tapa del libro de Ethel

Segmentos de Vida se complace en dar a conocer fragmentos de su libro de recuerdos “Añoranzas”, publicado en el año 2010.
Nos hemos permitido realizar extracciones de sus textos y a veces cambio de orden de sus párrafos para una mejor comprensión de la síntesis que presentamos. Si bien en principio son recuerdos personales y familiares, su difusión puede ayudar a conocer como era la vida diaria, las historias de vida en las colonias judías de Entre Ríos, el detalle íntimo, emotivo, más allá de las historias formales de las mismas.


            …Cosas alegres, otras tristes, forman parte de la vida de cada uno y yo contándolas a veces, con gente amiga… cuando surgió el tema de los judíos que vivían en la ciudad y de los otros, como yo, auténtica descendiente de “gauchos judíos”, como Alberto Gerchunof los denominó, y como fueron mis padres, mis abuelos y mis tíos, especialmente de la rama de papá…
Papá, mamá, Juan y yo-1929

            …pensar que (los años) se van tan rápido y que uno después ni recuerda como fueron, o lo que es peor, no recuerda cosas queridas, que por momentos quisiera poder traer a la memoria; oír la voz de los padres, el olor de regazo de mi madre, quien para mí tenía algo especial,¡algo muy especial!, una mezcla de yuyos de campo con comida y, seguramente, yo también apuraba el tiempo para ser grande, hoy que estoy casi al límite por un minuto, como dijo el poeta, quisiera verlos, oírlos aunque sea una vez más.
            Sé que mis seres queridos no se han ido del todo, están en mis recuerdos, en los lindos momentos pasados y también en los otros, pero las anécdotas vividas juntos, la infancia maravillosa, los años en que la enorme mesa se llenaba de familia, amigos y parientes, la llegada de los hermanos ya grandes, casados, con hijos, es algo difícil de olvidar.
            Los menores éramos muy unidos: Leoncho, Bume, Juancito y yo, nos extrañábamos si alguno por cualquier motivo, tenía que irse a algún lado, y muchos más en la época del servicio militar. Recuerdo el ansia de verlos, de tenerlo, de tener una carta, eran épocas muy duras a las que nadie escapaba, menos yo que era la menor y nadie me ocultaba nada. Parecía que, antes que las cosas sucedieran, ya sabía lo que iba a venir, todo era crudo, natural, “la vida”.


            Los Moguilevsky, tenemos una raíz lírica, papá era un hombre que leía mucho, hablaba cinco idiomas y le gustaba tocar el violín. Llegó de 24 años de Rusia, traía toda la fibra de los bailarines, era un gran bailarín ruso y todos sus hermanos gustaban de la música.
            Cuando se regresaba no muy tarde de Basavilbaso, pasábamos por la línea 25[1], allí vivían los abuelos Wolf y Sara Moguilevsky, con ellos tío Dude casado con la tía Guiti, y cuatro hijos, Cruzando la calle vivían Tío Marcos y tía Rive, con varios hijos, algunos grandes, ya fuera del campo y, en la misma dirección de los abuelos, patio y alambrado de por medio, residía tío Benjamín y tía Fani, con tres hijos, Dokke, León y Enrique. Ahí se formaba una gran fiesta, cortaban la calle, ningún colono podía pasar, todos hacían música con tachos, violines, cantos y más de alguna vez, terminaban en pelea de hermanos.

            Con tanta familia, con la naturaleza que nos mostraba el por qué de las cosas, recuerdo hoy, es cómico, cuando fui a vivir a Colón[2] para seguir la primaria, una de las compañeras comentó que había visto con sorpresa, cómo a una gallina le había salido el huevo debajo del ala, lógicamente yo reí a carcajada, a mí no me podían engañar, eso me costó una penitencia, ni la maestra podía creer que una niña pequeña ya hablara tan claro de ciertas cosas. Eran tiempos de los pecados y para mí, eran cosas de todos los días. Recuerdo que mamá cada vez que iba a matar una gallina, primero le hacía un tacto, para ver si era de las ponedoras, si lo era, ¡no se tocaba! Esa anécdota me abrió los ojos y entendí la diferencia entre la vida de la ciudad y la del campo. Todo esto me hizo como soy: natural, sin tapujos y sin mentiras.
            Juancito y yo somos los dos más chicos, nos unen muchos recuerdos, yo digo que somos como gemelos, hasta en las nanas y con él rememoramos miles de historias, unas verdaderas y otras imaginarias, nuestras o de los que las contaban. Éramos muy chicos y comenzábamos la escuela en el campo, nos tocaba un largo camino a caballo desde donde vivíamos, línea 26, hasta la línea 25, donde hacíamos doble escolaridad, por la mañana escuela castellana y por la tarde idisch[3]. Los edificios estaban separados con un alambrado y por un portoncito, para pasar de una a otra. La escuela idisch tenía árboles en los que atábamos el caballo y de sus monturas colgaban nuestros almuerzos en una bolsa, que nos preparaba mamá: huevo duro, fiambres judíos con pan casero y en algunas oportunidades jalbá (hoy mantecol), dulce de membrillo y  leicaj (bizcochuelo).
            Era muy lindo, a pesar de lo pobre que éramos, tenía su encanto y hoy viéndolo a setenta años de distancia, se añora todo, desde el olor de los caballos hasta los paraísos florecidos que nos daban su perfume.

Continuará
           


[1] Se llamaban líneas a las calles que separaban los campos donde se dividían las parcelas de tierra. Iban desde la línea uno hasta la mil trecientas.
[2] Colón, ciudad entrerriana situada sobre el río Uruguay.
[3] El yidis, ídish, yídico o yídish es un idioma también conocido como judeoalemán y es hablado por las comunidades judías tanto del centro como del este europeo, así como sus descendientes en otros lugares del mundo. A lo largo de la historia el judío tenía un idioma para uso diario, reservando el hebreo para el rezo o estudio de textos sagrados. En tiempos bíblicos y talmúdicos fue el arameo, más tarde los judíos ashkenazíes de Europa central y oriental adoptaron el Idish (de la palabra Yid, o judío), un idioma basado en el alemán y los Sefaradíes el Ladino, un idioma basado en el español. Se consideraba sacrilegio utilizar la Lengua Sagrada para uso cotidiano. Si bien el Idish no es un idioma sagrado, es un idioma muy judío, por lo menos para los judíos Ashkenazíes. Muchos conceptos, ideas y sentimientos no se traducen adecuadamente a otros idiomas. Ni hablar de los gestos que acompañan muchas de las expresiones. El Idish vendría a ser un idioma audiovisual. (http://www.jabad.org.uy/templates/articlecco_cdo/aid/2155154/jewish/El-Idish.htm)


Ethel y Arón en la actualidad con el autor de este blog