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miércoles, 26 de octubre de 2011

Néstor Vive... Fuerza Cristina


El título de este video era el clamor permanente en la plaza y en los toscos carteles hechos a mano, himnos de gratitud al hombre que cambió la historia del país.

Gracias Néstor por devolvernos la patria, el orgullo de ser argentinos: Usar de nuevo la escarapela en el pecho, sentir emoción al cantar el Himno, son formas simbólicas que permiten sentirse partes de un todo, de una patria que trasciende la insustancial y patriotera de las fiestas escolares y penetra en lo profundo de la tierra, de la historia y de las falsas fronteras creadas en el siglo XIX. La patria que soñaron nuestros padres fundadores vive en el sentir popular y esto, no es una aspiración de deseos; es una convicción que no está en el pensamiento sino en la sangre de los pueblos.

Y finalmente algo que lo resume todo: gracias por devolvernos la alegría.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Entre la tristeza y la alegría militante


A un año de la muerte de Néstor Kirchner
por Jorge Surraco


El 29 de octubre de 2010, al día siguiente de los hechos que narra, publiqué esta nota en facebook como una descarga emocional de lo vivido, muy personal y en caliente. No volví a leerla desde entonces. Al hacerlo pensé que seguramente el año transcurrido podría haber producido cambios, si no en los sentimientos, por lo menos en el plano de lo racional y del análisis distante y más frío. No fue así. Por eso la vuelvo a publicar ahora en este blog absolutamente igual a como se publicó la primera vez como una forma de mantener fresco y activo lo expresado. Deseo además, llamar la atención sobre las imágenes de los carteles escritos a mano e improvisados, pero que reflejan auténticamente un profundo sentimiento popular.

CRÓNICA DE UNA PLAZA


No entiendo por qué no quería ir. Quizá porque no me gustan las despedidas de cuerpo presente… ¡ninguna! Quizá porque me dolían otros momentos parecidos. Los duelos prefiero hacerlos en soledad, en lo profundo de mi mismo y con la imagen viva de la persona que se ha ido. Pero finalmente llegué a la Plaza de Mayo, no con la idea de hacer la fila para entrar sino para ver, observar, entender a los que sí la hacían en cuadras interminables. Caminando, introduciéndome en la masa que cubría la plaza y sus extensos alrededores, recordé cuando hace muchos años, durante tres días fríos y lluviosos, caminé literalmente como un sonámbulo, filmadora en mano, tratando de aclarar  las mismas incógnitas. Pero la situación de entrada me presentaba grandes diferencias. Los gestos lejanos me contaban de un enorme dolor por la pérdida del Gran Padre que se iba y por la lucha de muchos años para que volviera a la patria, pero también un velado reproche porque nos dejaba en las puertas del infierno a cargo de dos demonios que comandaban un ejército de diablos sedientos de sangre. Ahora, en esta plaza, pude ver lágrimas en los ojos pero sonrisas en los labios que de pronto se abrían en un canto o en un rugido de gratitud o de esperanza o decidido apoyo para continuar el camino iniciado. Aquello lejano fue una enorme congoja; lo nuevo era una mezcla rara de tristeza y alegría. 

 ¿De dónde sale esta gente? ¿Dónde estaban? Se preguntaron muchos. ¿Cómo surge esta pasión por un hombre vituperado por los “bien pensantes”? ¿Cómo es esto de que enormes cantidades de jóvenes se manifiesten políticamente cuando se hizo todo lo posible por narcotizarlos? Esto que pasa en el mundo real debe ser una mentira porque la TV los muestras borrachos y peleándose a palos a la salida de los boliches o en las canchas de futbol. ¿Por qué emerge esta realidad que nos inquieta al solaparse con la que hemos creado en la pantalla chica? Los correctos, los que cuidan las formas, están desconcertados. Quizá con el mismo desconcierto que tuvieron aquél 17 de octubre cuando el “aluvión zoológico” se lavó las patas en la fuente de la Plaza de Mayo o mucho antes, cuando los Infernales de Pancho Ramírez ataron sus caballos en la pirámide de la misma plaza. Claro que ahora, no sólo éramos los morochos, los cabecitas negras, los gauchos rotosos, los que copábamos la plaza. También en esto había una mezcla integradora y esperanzadora. 

Habría que hacer el intento de explicar lo muy difícilmente explicable aunque no puedan entender, que el pueblo, ese pueblo que ellos transforman en “la gente”, una  entelequia a su medida, gusto y paladar, posee otra sabiduría o intuición (quizá sea lo mismo), que le permite establecer puentes intangibles con quienes saben o aciertan interpretarlos y representarlos en las esferas del poder; sin adoctrinamientos de estructuras ni de medios de ningún tipo, ni siquiera la necesidad de ponerse de acuerdo entre ellos, irrumpiendo en la escena como una sola fuerza, una energía maravillosa que produce el mágico acto de creación de un líder popular. Claro que siempre aparece la duda, si en las vecindades del líder viven quienes tienen la obligación de canalizar, de organizar esa energía para que no se pierda en su propio impulso. 

Cuando los ídolos populares pierden el apellido como Evita, como el Zorzal Criollo o simplemente Carlitos, como El Che, como el Diego, parecen ser los únicos poseedores de esos nombres y se transforman en mitos que a la manera de aquellos del mundo clásico, que tampoco tienen apellido, se tornan inolvidables e invencibles. En la plaza descubrí que el hombre que despedíamos era solamente Néstor, sin apellido. Compañero Néstor, que es el título de mayor honor al que puede aspirar un presidente elegido por el pueblo. Perón nunca perdió el apellido aunque pudiéramos llamarlo en la intimidad militante: el Líder, el Hombre, el General, “el que te jedi” (cuando por ley estaba prohibido nombrarlo), quizá por muy grande, por muy respetado o por demasiado general; pero en realidad creo que no lo perdió porque lo inmortalizamos al designar con su apellido una idea, una doctrina, una manera de sentir la patria y la vida en nuestra patria. También me dí cuenta que la presidenta es para el pueblo sólo Cristina y la hermana de Néstor: Alicia. Los “bien hablantes” dirán que eso se debe a que al “populacho” le es muy difícil pronunciar ese apellido suizo alemán. ¿Es posible? Pero además, son tratadas con un respetuoso tuteo y esto me hizo recordar que los sectores populares sólo llaman a una persona por su nombre de pila y lo tutean en el trato amable y cotidiano, si están cerca, si forman parte de sus afectos y sólo cuando se ha traspasado el cerco de la formalidad. Pero también tutean conjugando rítmicamente un verbo parecido, desde el tablón o en la calle, cuando alguien hace algo que los afecta.

¡Tremenda responsabilidad para los que reciben semejante herencia!

Pero como entender tamaño cariño, adhesión y entrega popular que generó Néstor. Podrán darse y se darán sesudas interpretaciones de uno y otro lado. Se expondrán números que grafiquen cuestiones económicas, niveles de ocupación y de pobreza. Se podrá argumentar que la muerte tamiza los aspectos malos de un político y reflota los buenos. Se caerá en la comparación fácil e interesada con los funerales del Dr Raúl Alfonsín. Pero ninguna comparación, ni aún la que hice al principio con la muerte de Perón o la de Evita a la que no quise referirme porque sólo pude seguirla por radio, no permiten echar luz sobre la incógnita. Porque si pensamos honestamente sobre todo lo hecho por el gobierno de Néstor y de Cristina en el plano material a favor de las clases humildes, es mucho, si se toma el punto de partida, pero no es tanto en función de las necesidades que esas personas aún tienen. ¿Por qué entonces? Necesito dar una respuesta, personal y subjetiva por supuesto, pero basada en lo que oí y leí en la plaza en toscos carteles hechos a mano sobre cualquier papel. Todas tienen que ver con agradecer restituciones, con devoluciones de valores que el pueblo tenía y le habían sido arrebatados y que eran (¡o casualidad!), los mismos que habían logrado con Perón:

Gracias por devolvernos la dignidad: Para las capas populares el trabajo es dignificante; es un valor inapreciable aunque sea poco lo que se pague, porque un trabajo fijo permite discutir y mejorar lo que se gana. Mientras tanto, el subsidio estatal permite sentirse mejor para buscar trabajo y no como se dice crear parásitos del presupuesto estatal derivando los subsidios al juego y al paco.

Gracias por devolvernos la esperanza: Los hijos en la escuela genera la esperanza que ellos podrán tener un futuro mejor que el presente de sus padres. La educación es un valor tradicional en el pensamiento popular argentino que tiene profundas e históricas raíces.

Gracias por devolvernos la lealtad y la fe: Fe en el compañero de todos los días y en el compañero Presidente. Lealtad con la palabra empeñada, con las promesas y los pactos. Por eso en el pueblo, los traidores no tienen retorno aunque lleguen a puestos relevantes. Esto se escuchó mucho en la plaza.

Gracias por devolvernos la política: No sólo como actividad partidaria, sino como participación en la gestión del futuro personal y colectivo. Gracias por darle nuevamente sentido a la bella palabra militancia. Si bien vimos personas de todas las edades, algunos en silla de ruedas o con más de un bastón, la mayoría fue de jóvenes donde podía palparse la vida militante de base, territorial, barrial.

Gracias por ayudarnos a creer en la posibilidad de justicia: Ninguna sociedad puede edificarse sólidamente si no tiene confianza en actos de verdadera justicia. Si bien esta es una deuda no saldada aún, el pueblo entendió que es su derecho y su obligación luchar por alcanzarla.

Gracias por ayudarnos a tomar la palabra y la posibilidad de decirla: El decir “su palabra” era un derecho y un valor de la mayoría de los pueblos originarios de América, expresada en los fogones. La palabra es la historia y los demás valores culturales de cada pueblo. No en vano la más potente arma de la conquista española fue hacer desaparecer la palabra de los vencidos.

Gracias por devolvernos la patria, el orgullo de ser argentinos: Usar de nuevo la escarapela en el pecho, sentir emoción al cantar el Himno, son formas simbólicas que permiten sentirse partes de un todo, de una patria que trasciende la insustancial y patriotera de las fiestas escolares y penetra en lo profundo de la tierra, de la historia y de las falsas fronteras creadas en el siglo XIX. La patria que soñaron nuestros padres fundadores vive en el sentir popular y esto, no es una aspiración de deseos; es una convicción que no está en el pensamiento sino en la sangre de los pueblos. En la plaza se vieron distintas banderas de países latinoamericanos y de los pueblos originarios, aunadas con la celeste y blanca.

Y finalmente algo que lo resume todo: gracias por devolvernos la alegría.

No creo que sean estas todas las razones. Son las que más sentí y desde luego me involucran. Valores de los que se fueron apropiando todas las dictaduras y terminados de aniquilar en los noventa, para poder concretar el otro saqueo: el económico. Sólo se puede robar lo material de un pueblo si está desarmado moralmente y disgregado en lo social. Todas las invasiones y las conquista de las historia dan testimonio de esto.

Cuando el pueblo se apodera de ciertos lugares simbólicos, se produce una conmoción y la historia (que no ha finalizado), tiene un quiebre y llega un nuevo amanecer que podrá ser glorioso si todos, los que amamos este país, decimos presente.